Dicen que a cierta edad
las mujeres nos hacemos invisibles, que nuestro protagonismo en la escena de la
vida declina, y que nos volvemos inexistentes para un mundo en el que sólo cabe
el ímpetu de los años jóvenes.
Yo no sé… si me habré
vuelto invisible para el mundo, es muy probable; pero nunca fui tan consciente
de mi existencia como ahora y
nunca disfruté tanto de cada momento.
Descubrí que no soy la protagonista de mi vida;
descubrí al ser humano que sencillamente soy, con sus miserias y sus grandezas.
Descubrí que puedo permitirme el lujo de no ser
perfecta, de estar llena de defectos, de tener debilidades, de equivocarme, de
hacer cosas indebidas, de no responder a las expectativas de los demás. Y, a
pesar de ello, quererme mucho y aún amar, de sentir, de vibrar.
Cuando me miro al espejo, ya no busco a la que fui
en el pasado... sonrío a la que soy HOY.... me alegro del camino andado, y
asumo mis contradicciones.
Siento que debo saludar a la joven que fui, con
cariño, pero dejarla a un lado; porque ahora no va conmigo. Me interesa ser yo, ¡aquí y ahora!
¡Qué bien no sentir ese desasosiego permanente que
produce correr tras los sueños! ¡Que bien poder disfrutar del silencio y de los
pensamientos! ¡Que lindos son los recuerdos y sonreír tras ellos!
La vida es tan corta y el oficio de vivirla es tan
difícil, que cuando uno comienza aprender, ya hay que irse. Por eso
trato de vivirla en plenitud…. Como si hoy fuera el último, gozando cada minuto,
cada momento, cada un te quiero, cada rayo de sol que me acaricia.
Y tan solo puedo dar gracias por vivir esta
maravilla.
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