La acabo de conocer, y ya deseo que me acompañe durante un tiempo…
Todo empezó hace unos meses. Ella llegó a mi casa sin previo aviso y, al igual que cuando alguien te visita de sorpresa sin estar arreglado, me perturbó. Recuerdo que tras sonar el timbre me pregunté quién habría osado venir a mi casa sin haberme dado la oportunidad de prepararme. Pasados unos segundos, abrí la puerta, y con la tenue luz del hall sólo pude vislumbrar a una mujer de extraña apariencia. Ella fijó su implacable mirada en mis ojos, y una desconocida sensación se apoderó de todo mi cuerpo.
En mi confuso estado, le pregunté a qué debía su visita, y sin responderme ni dar ningún tipo de explicación, entró rápidamente en la casa, se dirigió a la sala de estar y se sentó en el diván. Absolutamente atónito por el curso de los acontecimientos, cerré la puerta y me dirigí adonde se encontraba la atrevida mujer que había allanado mi morada de forma tan resuelta.
Me pregunté en mi estado de estupefacción y no menos desconcierto cómo se podía llegar a ser tan temerario. Yo podía haber sido un peligroso asesino o un perturbado mental y, sin embargo, nada le hizo temer en su irreflexiva entrada. Diríase que me conociera de toda la vida por su forma de actuar, aunque, en principio, a mí no me resultaba familiar.
Me acerqué a ella, y bajo la potente luz de las lámparas que iluminaban la estancia, descubrí a una atractiva y agradable mujer que tranquilizó mi espíritu. Sus ojos eran de un gris profundo, su cabello negro y largo, su nariz pequeña y redondeada, y sus mejillas brillaban con tonos rosáceos. Sus labios carnosos y grandes parecían querer musitar algunas palabras, aunque no llegué a escuchar sonido alguno salvo un leve y continuo jadeo de cansancio.
A la vista de su estado, le ofrecí un vaso de agua, que se bebió gustosamente. Al poco, su respiración fue calmándose. Tuve la sensación de que necesitaba decirme algo, que para su sosiego precisaba anunciarme una noticia. Yo estaba ávido por salir airoso de mi curiosidad, así que la escuché atentamente.
-Buenos días, -dijo ella-. Disculpe mi atrevimiento y no se preocupe por mi estado. Llevo toda una eternidad visitando casa por casa a muchas personas: solteros, casados, viudos, hijos, enfermos, divorciados… No siempre soy bienvenida, y es tan enorme el esfuerzo que hago que a veces el cansancio puede conmigo.
- Bien, -le contesté-. ¿Y a qué se debe su inesperada visita a esta casa? ¿Y por qué visita a tantas personas, si no es indiscreción? ¿A que se dedica usted para que a veces no sea bienvenida?
- No es fácil de explicar. Empecemos por usted, por ejemplo. Salvo algunos momentos insignificantes, siempre ha compartido su vida con otras personas: sus padres, sus hermanos, sus parejas, sus hijos... Pero desde que vive solo, le asaltan miles de recuerdos, tanto positivos como negativos. A veces, llora en silencio por la pena del desamor y la nostalgia, y de vez en cuando dialoga con usted mismo y se pregunta si eso es normal. Aparecen temores sin conocer a priori los motivos. Hay momentos en los que le gustaría estar con determinadas personas para abrazarlas y besarlas, o llamar a sus amistades para hablar, para desahogarse de la presión mental y emocional que padece, o simplemente para salir y distraerse. Parece que la situación a veces le domina a usted, que no puede controlar lo que piensa y siente. Y en otras ocasiones se desconcierta porque no encuentra una explicación racional a todo lo que le está pasando.
Al instante, y sorprendido por lo que ella estaba narrando, tuve el impulso repentino de preguntarle como había obtenido toda la información, pero a su vez sentí que ella debía seguir hablando, y no la interrumpí:
- La apatía muchas veces le corrompe –prosiguió la mujer-, y cree estar perdiendo el tiempo soberanamente, o se enreda con mil cosas para no pensar y olvidar. Otras veces el deseo sexual se asoma y, al no tener a su pareja al lado, busca sucedáneos que no le satisfacen. Hay momentos en los que siente un vacío enorme, y llega a plantearse incluso en lo bien que se podría estar en la otra vida sin todas estas contrariedades, pero sin pasar de ahí, de un simple pensamiento.
Pues bien, ante todo este cúmulo de dudas, preguntas, sensaciones y confusiones que llenan la vida de muchas personas, he tenido que dedicarme a transmitirles que esta situación no es única, que es compartida y, en ocasiones, mucho más dramática.
Por otro lado, es cierto que el dolor que uno siente tras una separación sentimental es proporcional a la intensidad del amor dado y recibido. Soy consciente de que usted ha dado mucho y también ha recibido mucho, y por eso necesita más tiempo que otras personas para curar sus heridas. No está en su mano controlar sus emociones ni muchos de los pensamientos que abordan su mente. Encontrar el suficiente equilibrio entre el cuerpo mental y el emocional no es un tema baladí, y se torna difícil, pero puede conseguirse siempre con la voluntad necesaria.
¿Qué le asedian temores en algunos momentos? ¡Poderosa energía es la del miedo a estar solo y arriesgarse a enfrentarse con uno mismo! Pero todo esto no hay que verlo como una amenaza, sino como una oportunidad. Todos tenemos debilidades y fortalezas, y se puede aprender a disminuir aquellas y aumentar éstas. El tiempo y la paciencia son trascendentales aliados. Vivir solo puede tener una virtualidad que usted deberá descubrir con la dedicación y el tiempo suficiente para ir aprendiendo de su situación.
No siempre se tiene la oportunidad de hallarse así, y hay que saber aprovecharlo. Cada uno pinta su vida con los colores de sus pensamientos y experiencias, de las sensaciones y emociones con los que se viven: alegría, amor, bondad, sufrimiento, placer, dolor, belleza, amistad, tristeza, cariño, ternura, ansiedad, preocupación, fe, caridad, celo, perdón, confianza, libertad, seguridad….y todas ellas se reflejan en la obra final. Por eso, no hay dos cuadros idénticos, aunque puedan tener el mismo estilo.
En fin, podría pasarme meses hablando sin parar, pero creo que es importante que muchas de las respuestas las vaya descubriendo usted mismo con la paciencia y el tiempo necesarios, que son en este momento, como le decía antes, dos fundamentales aliados.
Empecé a comprender todo lo que me había dicho aquella atractiva mujer. Tras escucharla, llegó a resultarme tan familiar que incluso sentí el impulso de abrazarla y de agradecerle la manera tan sutil y delicada con la que había descrito mi situación personal y la forma tan positiva de tratarlo. En vez de eso, y sin saber qué me indujo a hacerlo, la invité a permanecer en mi casa todo el tiempo que necesitara.
Yo no esperaba una respuesta positiva de su parte. Sin embargo, mi sorpresa fue que admitió quedarse y me agradeció el ofrecimiento. Y creo, al menos es la sensación que tengo, que nunca me arrepentiré de haberlo hecho, pues era posible que muchos de los temores y dudas que ella había descrito desaparecieran de mi vida con su compañía.
- Por cierto, -dijo la mujer-. Estoy encantada de conocerle, pero no he tenido aún el gusto de presentarme. Mi nombre es… Soledad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario