EL TESORO DE LA VIDA


"El tesoro de la vida" 

Ya que no todos llegamos a los 90 años, merece la pena dedicar unos minutos a leer estas reflexiones, de una persona de esa edad, con las lecciones que le enseñó la vida.


La vida no es justa, pero aún así es buena.

La vida es demasiado corta para perder el tiempo lamentándose.

No cuestiones la vida, 
sólo vívela y aprovecharla al máximo hoy.

Tú trabajo no te cuidará cuando estés enfermo. 
Tus amigos y tu familia sí. 
Mantente en contacto.

No tienes que ganar cada discusión. 
Debes estar de acuerdo en no estar de acuerdo.

Llora con alguien. 
Alivia más que llorar sólo.

Haz las paces con tu pasado para que no estropees tu presente.

No compares tu vida con la de otros. 
No tienes ni idea de cómo es su travesía.

Si juntáramos nuestros problemas y viéramos todos los de los demás, 
nos quedaríamos con los nuestros.

No te Incumbe lo que otras personas piensen de ti. 
Ni te preocupes de eso.

La envidia es una pérdida de tiempo. 
Tú ya tienes todo lo que necesitas.

Elimina todo lo que no sea útil, hermoso o alegre.

Enciende las velas, ponte la lencería cara, utiliza las sábanas más bonitas....
No las guardes para una ocasión especial.
Hoy es ese día especial.

Sal todos los días. 
Los milagros están esperando en todas partes.

No importa cómo te sientas.... 
arréglate y preséntate.

Cuando se trata de conseguir aquello que amas en la vida, 
no aceptes un "no" por respuesta.

Se excéntrico ahora. 
No esperes a serlo de viejo.

El órgano sexual más importante es el cerebro.

Perdónales todo a todos.

No te tomes nada tan en serio. 
El tiempo sana casi todo.

Por más buena o mala que sea una situación... 
algún día cambiará.

Todo lo que verdaderamente importa al final es que hayas amado.

La vida no está envuelta en un lazo, 
pero continúa siendo un regalo.

Lo mejor está aún por llegar..... 
Fe y adelante.

"Los Amigos son la Familia que nosotros mismos escogemos”

(Regina Brett)


TIENES UNA AMIGA


TIENES UNA AMIGA 

Cuando estés triste 
y preocupad@
Y necesites algo 
de cuidado amoroso 
Y nada, nada esté bien 
Cierra tus ojos 
y piensa en mí 
Y pronto estaré ahí 
Para iluminar incluso 
tu noche más obscura 

Tu solo grita mi nombre 
Y tu sabes que 
donde sea que esté 
Vendré corriendo 
a verte otra vez 
Invierno, primavera, 
verano u otoño. 
Todo lo que tienes 
que hacer es llamar 
Y estaré ahí.
Tienes una amiga 

Si el cielo sobre ti 
Se hace más oscuro 
y se llena de nubes 
Y ese viejo viento del 
norte empieza a soplar 
Mantén la calma 
Y llámame en voz alta 
Pronto me escucharás 
golpeando a tu puerta 

Tu solo grita mi nombre 
Y tu sabes que 
donde sea que esté 
Vendré corriendo 
a verte otra vez 
Invierno, primavera, 
verano u otoño 
Todo lo que tienes 
que hacer es llamar 
Y estaré ahí 
¿No es bueno saber 
que tienes una amiga? 

Cuando la gente 
puede ser tan fría 
Te lastimarán 
y te abandonarán 
Y se llevarán 
tu alma si los dejas 
Oh, pero no los dejes 

Tu solo grita mi nombre 
Y tu sabes que 
donde sea que esté 
Vendré corriendo 
a verte otra vez 
Invierno, primavera, 
verano u otoño 
Todo lo que tienes 
que hacer es llamar 
Y estaré ahí 

Tienes una amiga

You got a friend - Carol King



EL DÍA QUE ME VOLVÍ INVISIBLE


No sé ni en qué día estamos. En esta casa no hay calendarios, y en mi memoria los días están hechos una maraña. Me acuerdo de esos calendarios grandes, unos primores, ilustrados con imágenes que colgábamos al lado del tocador...

Ya no hay nada de eso, todas las cosas antiguas han ido desapareciendo.
Y yo, yo también me fui borrando sin que nadie se diera cuenta.

Primero me cambiaron de cuarto, pues la familia creció. Después me pasaron a otra más pequeña aún, acompañada de una de mis biznietas. Ahora ocupo el cuarto de los trabajos, el que está en el patio de atrás.

Prometieron cambiarle el vidrio roto de la ventana, pero se les olvidó, y todas las noches por allí se cuela un airecito helado que aumenta mis dolores reumáticos.

Desde hace mucho tiempo tenía intenciones de escribir, pero me he pasado semanas buscando una pluma, y cuando al fin la encontraba, yo misma volvía a olvidar en dónde la había puesto.

A mis años, las cosas se pierden fácilmente, claro que es una enfermedad de ellas, de las cosas, porque yo estoy segura de tenerlas, pero siempre se desaparecen.


La otra tarde caí en la cuenta de que también mi voz ha desaparecido. Cuando les hablo a mis nietos o a mis hijos, no me contestan. Todos conversan sin mirarme, como si yo no estuviera con ellos, escuchando atenta lo que dicen.

A veces intervengo en la conversación, segura de que lo que voy a decirles no se le ha ocurrido a ninguno y que les van a servir de mucho mis consejos, pero no me oyen, no me miran, no me responden. Entonces, llena de tristeza, me retiro a mi cuarto antes de terminar de tomar la taza de café. Lo hago así de repente, para que comprendan que estoy enojada, para que se den cuenta de que me han ofendido y vengan a buscarme y me pidan disculpas.

Pero nadie viene.



El otro día les dije que cuando muriera entonces sí que me iban a extrañar. El niño más pequeño dijo: “¿Ah... es que tú estás viva, abuela?”. Les cayó tan en gracia que no paraban de reír. Tres días estuve llorando en mi cuarto, hasta que una mañana entró unos de los muchachos a sacar unas llantas viejas y ni los buenos días me dio.

Fue entonces cuando me convencí de que soy invisible.

Me paro en medio de la sala para ver si aunque sea estorbo, pero mi hija sigue barriendo sin tocarme. Los niños corren a mi alrededor, de un lado al otro, sin tropezar conmigo.

Cuando mi yerno se enfermó, tuve la oportunidad de serle útil: le llevé un té especial que yo misma preparé. Se lo puse en la mesita y me senté a esperar que se lo tomara. Sólo que estaba viendo la televisión y ni un parpadeo me indicó que se daba cuenta de mi presencia. El té, poco a poco se fue enfriando. Mi corazón también.

Un viernes se alborotaron los niños y me vinieron a decir que al día siguiente nos iríamos todos de día de campo. Me puse muy contenta ¡Hacía tantos años que no salía, y menos al campo! Entonces el sábado fui la primera en levantarme. Quise arreglar mis cosas así que me tomé mi tiempo para no retrasarlos.

Al rato entraban y salían de la casa corriendo y echaban bolsas y juguetes al coche. Yo ya estaba lista y, muy alegre, me paré en el zaguán a esperarlos. Cuando arrancaron y el auto desapareció envuelto en el bullicio, comprendí que yo no estaba invitada, tal vez porque no cabía en el coche o porque mis pasos tan lentos impedirían que todos los demás corretearan a gusto por el bosque.

Sentí clarito cómo mi corazón se encogió. La barbilla me temblaba como cuando uno ya no aguanta las ganas de llorar.

Vivo con mi familia y cada día me hago más vieja, pero cosa curiosa, ya no cumplo años.

Nadie me lo recuerda. Todos están tan ocupados. Yo los entiendo, ellos sí hacen cosas importantes. Ríen, gritan, sueñan, lloran, se abrazan, se besan. Yo ya no sé a qué saben los besos. Antes besuqueaba a los chiquitos, era un gusto enorme el que daba tenerlos en mis brazos como si fuesen míos. Sentía su piel tiernita y su respiración dulzona muy cerca de mí. La vida nueva se me metía como un soplo y hasta me daba por cantar canciones de cuna que nunca creía recordar...
Pero un día mi nieta, que acababa de tener a su bebé, dijo que no era bueno que los ancianos besaran a los niños, por cuestiones de salud.

Ya no me les acerqué más, no fuera ser que les pasara algo malo a causa de mis imprudencias. ¡Tengo tanto miedo de contrariarlos!

Ojalá que el día de mañana, cuando ellos lleguen a viejos... Sigan teniendo esa unión entre ellos para que no sientan el frío ni los desaires.

Que tengan la suficiente inteligencia para aceptar que sus vidas ya no cuentan, como me lo piden.
Y Dios quiera que no se conviertan en "viejos sentimentales que todavía quieren llamar la atención".
Y que sus hijos no los hagan sentir como bultos para que el día de mañana no tengan que morirse estando muertos desde antes... como yo.
¡Vamos a cuidar a nuestros mayores!

De: Silvia Castillejos Peral



LAS SIETE REGLAS DE "PARACELSO"



Las 7 reglas de Paracelso para una vida con sentido

Paracelso: médico, alquimista, viajero y erudito heterodoxo.
Dejó formuladas 7 reglas para una vida con sentido que se adelantan significativamente a su tiempo. 
Confirman que los antiguos conocían perfectamente la relación entre cuerpo y psique mucho antes que la moderna psico-inmunología demostrase los efectos bioquímicos de las emociones en nuestra salud. 

En sus reglas, Paracelso habla de una salud holística, de la importancia de los pensamientos positivos y de estar conectados con nuestro interior, del valor del silencio y la discreción, como también afirmaba Sócrates en sus tres tamices, de la confianza en la vida y por supuesto, de ser buenas personas. 
  • La suerte no existe y el destino depende de los propios actos y pensamientos. 
  • Cuando el alma está fuerte y limpia, todo sale bien.
  • Jamás creerse solo, ni débil.
  • El único enemigo a quien se debe temer es a uno mismo.
  • El miedo y la desconfianza en el futuro son madres funestas de todos los fracasos, atraen las malas energías y con ellas el desastre.
 Sabias palabras del siglo XV, perfectamente aplicables al mundo del siglo XXI


1. Lo primero es mejorar la salud

Decía que para ello hay que respirar profunda y rítmicamente al aire libre, llenando bien el abdomen. 
Beber diariamente en pequeños sorbos, dos litros de agua, comer muchas frutas, masticar los alimentos del modo más completo posible, evitar el alcohol, el tabaco y la automedicación.

2. Desterrar absolutamente del estado de ánimo, por más motivos que existan, toda idea de pesimismo, rencor, odio, tedio, tristeza, venganza ...

Debe huirse de toda ocasión de tratar a personas negativas, viciosas, ruines, murmuradoras, indolentes, chismosas, vanidosas, vulgares; que la base de sus ocupaciones y conversaciones sean tópicos, no éticos ni morales. 
Esta regla es de importancia decisiva, por cuanto se trata de cambiar la contextura espiritual del alma. 
La suerte no existe y el destino depende de los propios actos y pensamientos.

3. Hacer todo el bien posible

Ayudar a los demás siempre que se pueda sin relegarse uno mismo.
Cuidar las propias energías y huir de todo sentimentalismo hueco.

4. Olvidar toda ofensa, más aún: esforzarse por pensar bien siempre

Por ejemplo, todos los grandes seres se han dejado guiar por esa suave voz interior. Hay que destruir todas las capas superpuestas de viejos hábitos, pensamientos y errores que enmascaran la profunda esencia del ser, que es perfecta.

5. Recogerse todos los días, por lo menos media hora, en donde nadie pueda perturbar.

Explica que eso fortifica enérgicamente el cerebro y pone en contacto con las buenas energías. En ese estado de recogimiento y silencio, suelen surgir a veces ideas luminosas, que con el tiempo uno se llega a percatar que fueron un elemento fundamental para la solución de problemas. Y es que ellas brotan de esa dimensión profunda y honda del ser humano a la que Sócrates llamaba daimon.

6. Guardar silencio de todos los asuntos personales

Abstenerse de referirse a los demás todo cuanto se piense, se oiga o se descubra, hasta tanto se verifique, compruebe o se tenga la completa certidumbre.

7. Jamás temer a los seres humanos, ni que inspire sobresalto la palabra “mañana”

Cuando el alma está fuerte y limpia, todo sale bien. 
Jamás creerse solo, ni débil. 
El único enemigo a quien se debe temer es a uno mismo. 
El miedo y la desconfianza en el futuro son madres funestas de todos los fracasos, atraen las malas energías y con ellas el desastre. 

Si se estudia atentamente a las personas triunfadoras, se verá que intuitivamente observan gran parte de las reglas que anteceden. Por otro lado, la riqueza no es sinónimo de dicha. Puede ser uno de los factores que conduzcan a ella, por el poder que ofrece para hacer buenas obras; pero la dicha más duradera solo se consigue por otros caminos; allí donde nunca impere el mal, cuyo verdadero nombre es egoísmo. Jamás debe quejarse uno de nada, hay que dominar los sentidos; huir tanto de la autocompasión como de la vanidad. 
La autocompasión sustrae fuerzas y la vanidad las paraliza.

Paracelso