CUENTO DE O'HENRY


Quizás a vosotros no os satisfaga, quizás prefiráis apoyaros en vuestra propia definición por si acaso os dejo una particular manera de poner en palabras el significado y el alcance del mejor de los amores.

"Para mí, el amor es la decisión sincera de crear para la persona amada un espacio de libertad tan amplio, tan amplio, tan amplio, como para que ella o él puedan elegir hacer con su vida, con sus sentimientos y con su cuerpo lo que desee, aun cuando su decisión no me guste, aun cuando su elección no me incluya".


Quiero compartir con vosotros un cuento que fue escrito hace medio siglo por unos de los grandes de la literatura, que se conoce como O'Henry.


Esta historia transcurre en la Francia de 1900, en los comienzos de un durísimo invierno. 

Marie era una niña de once años que vivía en una antigua casa parisina. Desde que el frió se había hecho sentir, ella empezó a quejarse de un intenso dolor en la espalda que se volvía intolerable al toser. 
Cuando el médico fue a verla, le dijo a su a madre el diagnóstico que más temía: tuberculosis. 
En esa época, todavía sin antibióticos, la infección era casi una garantía de muerte, lo único que los médicos podían hacer era recetar algunos paliativos para el dolor, cuidados generales, reposo… y fe.
Estos pacientes, como casi todos., les dijo el profesional, tienen más posibilidades de curarse si luchan contra la enfermedad; si Marie dejara de pelear por su vida, moriría en algunas semanas. Y luego agregó, sabiendo que era más de un deseo que un pronóstico: Estoy seguro de que si la mantenemos calentita, bien alimentada y con muchos deseos de vivir cuando el invierno pase, ella estará fuera de peligro y la tuberculosis será solo un mal recuerdo. 

Cuando el doctor se fue, la madre de la niña miró el calendario. Faltaba todavía dos largos meses para que llegara la primavera…

Sabiendo que ninguno de sus compañeros de clase iría a verla, por el comprensible aunque injustificado temor al contagio, la madre se acercó hasta la escuela de Marie para rogarle a la maestra que fuera a casa a darle algunas clases, no tanto por el aprendizaje como por emplear algo de su tiempo de encierro y aburrimiento, la maestra le dijo que no podía hacerlo, lo sentía, pero había cuatro niños en el curso en la misma situación, ella no podía ocuparse de ellos, debía cuidar de los que todavía asistían a clase.

Al día siguiente, mientras colgaba guirnaldas caseras por la casa tratando de contagiar la alegría que no sentía por las fiestas, la madre vio la pálida cara de su hija y la tristeza reflejada en su expresión. Fue entonces cuando tuvo la idea, con la ayuda de la casera, se ocupó esa mañana de mover todos los muebles de la casa para poder llevar la cama de Marie junto a la ventana de la sala que daba al  pequeño patio central compartido. Desde allí, pensó la madre que por lo menos vería el patio interior, el ciprés en el centro del jardín, las enredaderas en las paredes, las ventanas de los otros edificios. Seguramente, se dijo, se distraerá aunque sea viendo a la gente pasar de ida y de vuelta de sus ocupaciones o de sus compras de fin de año.

Entrado Enero, el invierno se volvió más y más frío, y con ello la niña se agravó. 

Más de una noche un ataque de tos terminó con un vómito de sangre y la consiguiente desesperación de la pobre jovencita y de su madre.

Una mañana, al volver de la compra, la madre encontró a Marie con la mirada perdida de cara al ventanal. Nada tenía que ver a esa niña con la Marie que ella recordaba de apenas unas semanas atrás. La madre se acercó a preguntarle cómo se sentía esa mañana y la niña le dijo que tenía mucho miedo de morirse. La madre la abrazó con fuerza sosteniendo la cabeza de su hija contra su pecho, tratando de que no se diera cuenta de que lloraba. 

La niña señalo hacia el patio y le dijo: 
– Mira mami, ¿ves esa enredadera en la pared del edificio de enfrente? 
Hace semanas estaba llenas de hojas, algunas más verdes, otras más amarillas. 
Mírala ahora qué pocas hojas quedan. Acabo de pensar que cuando las últimas de la hojas de la enredadera caiga, mi vida también llegará a su fin.

No tienes que pensar en eso, le dijo su madre, acomodando las almohadas y secándose las lágrimas de espalda a la niña. 

En primavera, de todas la enredaderas surgen nuevas hojas y la vida verde vuelve a nacer.
“pero son otras hojas “ pensó la jovencita sin decirlo.

La enfermedad seguía su curso con altibajos pero cada vez que el médico iba a visitarla veía cómo el ánimo de la paciente decaía en la misma magnitud que su estado general.
Hasta que una mañana la madre descubrió a Marie interesada, mirando hacia arriba por la ventana, sin querer interrumpir, la madre se acercó con cuidado tratando de ver qué era lo que llamaba la atención de su hija, se trataba de un joven pintor que junto a su ventana en el tercer piso del edificio de enfrente, pintaba con colores vivos imágenes de París, Notre Dame, Montmartre, el Mouling Rouge…
Por primera vez en mucho días, la madre vio a Marie entusiasmada y alegre. La madre compartía esa alegría, algo por fin había captado su interés; quizás ella pudiera convencer al pintor para que la ayudara.

Esa misma tarde, la madre cruzo hacia el edificio y llamó a la puerta del artista. Cuando el joven y estrafalario artista abrió, le contó qué era la madre de la niña que vivía en la planta de abajo, en el edificio de enfrente, le dijo que padecía una grave enfermedad, diagnosticado por el médico.
Lo siento mucho señora, contesto el pintor, pero no entiendo para qué ha venido a contarme todo esto.
Vine a pedirle que acerque a darle algunas clases de dibujo, o de pintura a Marie, a ella siempre le ha gustado el arte, ¿sabe usted? Si usted pudiera bajar a casa de vez en cuando a charlar con Marie … yo por supuesto le pagaré, lo que pida. 
Y con un tono de ruego termino diciendo, su vida ¿sabe? Quizá dependa de que usted acepte mi encargo, no por el dinero si no por la pena que le diera la imagen de su hija, que ya había visto desde la ventana , el joven artista empezó bajar un día sí y otro también, a casa de Marie, llevando consigo alguna telas, carbones y colores para hablar de pintura y para animar a la joven a qué utilizase su tiempo en cama para dibujar y pintar.
Durante los siguiente semanas creció entre ellos una extraña amistad,.

Una tarde, cuando el pintor bajó a verla, Marie lloraba en su cama, que sucede, mon cher? Le pregunto, Marie le conto su relación con la enredadera y luego le dijo:
Ayer después de que te fuiste, hubo mucho viento y muchas hojas cayeron, cuando la tormenta pasó conté las hijas que quedaban. De la miles que habían entre sus ramas solo quedaron veintiocho y yo sé lo que eso significa, si se cayeran todas hoy no habría un mañana para mí.
El pintor intento convencer a Marie de que esa asociación era una tontería, la vida seguirá de todas maneras, no debes pensar así, le dijo el pintor, tienes que practicar la escala de colores y dibujar las manzanas que te pedí, si no nunca llegaras a exponer, de hecho de haber practicado mucho en mi vida me ha llegado una invitación para exponer mis pinturas en América.
Te iras? Pregunto Marie, sin querer escuchar la respuesta.
Volveré en Mayo como muy tarde, para ese entonces tú ya habrás practicado, iremos a dibujar a la campiña, recorreremos lo museos, y te enseñaré a pintar con óleo.
No sé si estaré cuando regreses, pintor, contesto Marie depende de la enredadera. El artista encariñado con la jovencita la abrazo y prefirió no hablar de la fantasía, solo la beso en la frente y le dejo indicaciones de que hacer para estar ocupada hasta que el regrese.


Cuando se fue, Marie sintió como si el mundo se derrumbara y en un negro presagio vio cómo mientras el pintor cruzaba hacia su casa, el viento arrancaba tres hojas de la enredadera y las dejaba caer violentamente al patio.

Desde ese día cada mañana la niña contaba desde la ventana la cantidad de hojas que quedaban en la enredadera… y cada mañana registraba un agudo dolor en el pecho, cuando comprobaba que durante la noche, algunas de sus acompañante, habían caído para siempre.

¿Qué pasa hija?
Queda solo una, mami, solo una, la de abajo del todo se cayó anoche, me voy a morir mami, me voy a morir, por favor abrázame, tengo miedo, mucho miedo.
Hay que tener fe hijita, dijo la madre tragando saliva y reteniendo el llanto de su propio miedo, además faltan pocos días para la primavera y todavía queda una hoja es la hoja campeona, ¿sabes?
Si pero hace un rato la vi temblar, tápame mama tengo frío la madre la arropo con una mantas y fue a buscar unos paños húmedos la niña tenía mucha fiebre.
Cada momento que Marie estaba despierta miraba por la ventana a la única hoja que todavía resistía en la punta de la enredadera, la pequeña hoja marrón verdosas se aferraba solitaria en su base y la niña al verla instintivamente cruzaba los dedos pidiéndole que resistiera para que ella también pudiera salvarse. Y la hoja resistía.
Nieve, lluvia, viento y la hoja resistía, hasta que una mañana mientras Marie miraba su esperanza, vio que un rayo de sol iluminaba a la hoja y observo que en la enredadera surgía pequeños brotes verdes que empezaban a crecer.

Mami, mami, la hoja ha resistido, llego la primavera mami, ¿no es maravilloso? 

La madre corrió hacia su hija con lágrimas en sus ojos, ella no pensaba en la enredadera, pensaba en su hija que también se había salvado.

Pasaron los días y la niña empezaba a recuperar sus fuerzas poco a poco, en la primera salida a la calle, que el médico autorizo, la niña fue corriendo al edificio de enfrente a preguntar por su amigo el pintor. La casera se sorprendió al verla por que casi nadie sobrevive a la tuberculosis.


Me alegro que estés bien le dijo mientras la besaba con sincera alegría, tu amigo todavía no ha vuelto pero me ha dicho que en unas semanas lo tendremos de vuelta por aquí, mando esto para ti.

PARA ENTREGAR A MI AMIGA MARIE.

Hola, Marie.
Tal como vez todo ha pasado, para cuando leas esto solo faltaran días para retomar nuestras clases de pintura, yo he comprado nuevos colores y pinceles, así que quiero regalarte los que fueron míos.
Dile a la casera que te abra la puerta de mi departamento y toma mis cosas.
Practica mucho y recuerda las manzanas y las escalas de colores.
La niña saltaba de alegría. Después de pedir la llave a la casera subió para recoger sus colores, sin pensarlo Marie abrió la ventana e instintivamente busco a su amiga la hoja heroica y la vio pegada a la pared, pero la hoja no era verdadera, era una hoja que había pintado su amigo el pintor en un ladrillo.



¿Somos capaces de amar así?
¿Seremos capaces de pintar hojas en nuestras ventanas, para inspirar, alentar y acompañar a los que amamos, aunque nosotros estemos lejos?
¿Seremos capaces de dar el paso hacia el amor verdadero?


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