DRAGONES Y PRINCESAS


Erase una vez una princesa que vivía en la torre más alta de un castillo. Tanto la princesa como el castillo, eran exactamente como son todas las princesas y todos los castillos, así que podemos pasar a lo importante.

A los pies de la torre vivía un dragón, había nacido el mismo día que la princesa aunque ninguno de los dos supo nunca si también lo habían hecho del mismo vientre, pero lo cierto es que desde ese día, ambos, dragón y princesa se hicieron inseparables; sólo cuando el dragón superó en dimensiones las de la almena que compartían, instaló su nido a los pies de la torre. Todo sucedía felizmente hasta el día que llegó el primer caballero. Ese día el dragón y la princesa celebraban su treceavo cumpleaños. Al principio fueron cegados por la luz del sol que se reflejaba en la superficie metálica que cubría el pecho del jinete, en ese momento supieron con seguridad que no era el repartidor de leche, pero no podían imaginar cuánta locura embargaba a aquel señor. De pronto y sin mediar ofensa, el caballero desenvainó su espada y al grito de “No os asustéis mi señora, yo os salvaré de esta bestia” atacó al dragón en su pierna derecha. Obviamente el dragón, que aun siendo pacifista manifiesto no tuvo más remedio que acogerse a la excepción del principio de no agresión alegando defensa propia, devoró a aquel pobre loco insensato de un solo bocado. La fiesta de cumpleaños siguió sin más y aquello quedó en una anécdota, aunque ciertamente el dragón no pudo disfrutar de la tarta de cumpleaños porque se le indigestó un poco el acero de la armadura.


 
Sin embargo, la sucesión de acontecimientos similares que se dieron a partir de entonces les hizo pensar que aquello era algo más que una simple anécdota, al parecer algún tipo de epidemia se había extendido entre los caballeros de la región y los síntomas eran los mismos entre todos los afectados, una violenta fobia hacia los dragones, delirios románticos y tendencias psicopáticas de todo tipo. La vida en el lugar se hizo ciertamente difícil y la princesa determinó mejor recluirse en la torre y no salir a disfrutar del aire libre, mientras que el dragón hizo lo suyo y permaneció volando bajo y en círculos alrededor de la torre. De este modo ambos garantizaban su seguridad en tanto que se resolviera aquella extraña situación, pero lo cierto es que nada cambió, pasaron los meses y los años y los caballeros de brillante armadura seguían llegando hasta el castillo, los más osados incluso intentaban raptar a la princesa, otros disparaban con sus arcos al dragón en vuelo causándole una irritante urticaria. Al cabo de una década la pila de cadáveres chamuscados era casi tan alta como la misma torre.


La princesa veía con auténtico temor cómo una tras otra, las princesas de reinos vecinos eran raptadas y peor aún, poco después sufrían una fase aguda de Síndrome de Estocolmo hasta tal punto que se casaban con sus raptores y hasta se decían felices. Aquello que empezó como una anécdota terminó estableciéndose como el estado de cosas habitual en el reino y la histeria colectiva que causó en toda la población alcanzó hasta a su padre, el rey. Una mañana la mandó llamar a su presencia e inició una conversación que la princesa jamás hubiera deseado:

-Mi querida hija, después de una larga charla con tu madre, ambos hemos decidido que es ya momento de intervenir en este asunto que comienza a ser preocupante y nos está convirtiendo en la comidilla de los reinos vecinos. Hija mía ya tienes veintitrés años y consideramos que es imposible seguir consintiéndote ese comportamiento tan poco digno de una princesa. Tenemos todo el terreno regado de cadáveres y el aire ya es irrespirable con ese olor a carne quemada. Tu madre, la reina, y yo siempre hemos respetado tus gustos y maneras, digamos… un tanto extrañas; pero se nos ha ido de las manos ¿Por qué no puedes ser una princesa normal y dejarte rescatar por tu caballero?

-Pero padre ¿es que os habéis vuelto loco? ¿Acaso necesito yo ser rescatada de algo?

-¡Por supuesto que sí! –Gritó el regente levantándose casi de un salto de su trono.

-Acaso no te construimos la torre más alta de todos los alrededores? ¿Acaso no es tu dragón el más feroz y temible de cuantos pudimos conseguir? ¿Ves lo que te digo? ¿Por qué no puedes ser una princesa normal?

-Pero padre – replicó la princesa anonadada y llena de pesar- desde mi torre veo todo el reino, es tan alta que a veces siento que puedo tocar el cielo, hasta allí no llega el ruido del gentío, ni me molestan esas notas que desafinan los juglares… padre, y… y bueno, en cuanto a Dragón, es mi mejor amigo, es mi único amigo…

-¡Cielo Santo!... Esto es más grave de lo que creíamos. Hemos estado ciegos todos estos años, achacábamos tus extravagancias a la consabida y de vez en cuando deseable frivolidad femenina, toda princesa que se digne tiene que mostrar su buena dosis de ella, un tanto de carácter caprichoso y voluble y bueno, en fin…. tu madre sabe más de esos tecnicismos.. pero esto, esto es otra cosa ¿dices que te gusta vivir encerrada en la torre? ¿dices que el dragón es tu amigo?.... está bien, tendré que tratar este asunto con tu madre de nuevo y con el consejero real y con el capitán de mi guardia y … no sé, esto es grave, muy, muy grave… realmente grave.


La princesa llena de impotencia guardó silencio mientras su padre abandonaba el salón totalmente consternado y presa de la preocupación. 
A partir de aquel momento la princesa empezó a comprender que tal vez su percepción de las cosas estaba algo limitada debido a su gusto por la soledad, definitivamente Dragón y ella no tenían la menor idea de cómo era el mundo así que comenzó a documentarse y pasar largas horas leyendo junto a su amigo alado.

Después de una década de estudio concienzudo sólo llegó a una conclusión, no había mejor lugar para ella que su torre ni mejor compañía que su dragón. Tras este tiempo, la leyenda que había crecido en torno a la dificultad que entrañaba el rescate de la princesa adquirió tal magnitud que los caballeros llegaban ya desde los confines de la tierra, no había ego capaz de resistirse al reto que suponía y llegó a tal extremo que tuvo que aprender a luchar, pues Dragón no tenía a veces lugar de encargarse solo de los cientos de caballeros que llegaban a la semana. Nuevamente, como hiciera diez años antes el rey la mandó llamar a su presencia. Esta vez, en lugar de su hija le llegó una misiva:

“Mi amadísimo padre, reclamo mi derecho a la desobediencia palaciega (aunque no sé si existe) así que no saldré de mi torre, no permitiré que dañen a Dragón y ni mucho menos me casaré con ninguno de esos porta-acero, es todo cuanto tengo que comunicaros en esta década”

Los gritos de cólera del rey se escucharon durante más de veinte años, los habitantes del reino tuvieron que emigrar hacia otros lugares para salvar sus tímpanos y en ocasiones su cordura. El reino quedó solo, desierto y tras otra década más la leyenda de la princesa insalvable fue cayendo en el olvido, tanto hizo por ella el olvido que hasta el rey y la reina se olvidaron de ella.

Una mañana, después de varios años sin abrirse, el ruido del puente que bajaba sobre el foso fue tan grande que despertó a la princesa y al dragón de su plácido sueño de verano. Ambos se sorprendieron pues hacía años que ya ningún caballero acudía a palacio, incluso Dragón ya estaba desentrenado y tuvo que carraspear un poco antes de acercarse al desconocido. La princesa miraba desde la almena pero algo no estaba en su sitio, había algo extraño… a lo lejos aquel caballero no emitía ningún brillo, pidió al dragón que no lo exterminara hasta que llegara al pie de la torre, le causó curiosidad, y más aun, para su sorpresa, cuando lo vio totalmente desnudo, envuelto tan solo con una toalla de baño, sin armadura, sin caballo. El dragón se escondió detrás de la torre y la princesa le gritó desde lo alto

-¿Quién eres?


-Yo, respondió el desconocido

-¿Quieres matar a mi amigo?

-¿Acaso me ha molestado vuestro amigo?

-¿Quieres rescatarme?

-¿Acaso estáis prisionera?

-¿Quieres casarte conmigo?

-Pues veréis… -dijo extrañado el extraño caballero- me tomáis por sorpresa señora, sólo puedo deciros que de momento quisiera algo de agua, comida y un lugar para descansar, ciertamente sólo eso… además, si apenas distingo vuestro rostro desde aquí abajo… En verdad señora, me hallo en medio de otra empresa; vengo desde muy lejos y el viaje ha sido largo. Ando en busca de una leyenda que me contaron hace tiempo. En algún lugar no muy lejano de aquí, al menos ese es mi deseo, vive una princesa con un dragón, así me lo contaron y si os fijáis al otro lado del foso veréis que también yo tengo un dragón, es aquel que podéis ver sobre el césped tumbado. A causa de la moda de matar dragones del los últimos tiempos mi dragón no tiene amigos y se siente muy solo, sufre terrores nocturnos a causa del miedo que le produce tanta persecución y no digamos los traficantes que los malvenden a reyes y aspirantes. Como os decía señora, ando buscando a esa princesa y a su dragón con la esperanza de aliviar la situación del mío…

La princesa sonrió de un modo imperceptible para el caballero y bajó rápidamente las escaleras… algo en su interior le decía que estaba a punto de escribirse un cuento, uno de esos cuentos que empiezan con “Erase una vez” y que narran historias sobre princesas y dragones y caballeros con toalla...


De: Carmen Soriano López  *Todos los derechos reservados 

Uno de dragones y princesas
(para: Coral Molina Marín, mi princesa más querida)



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