Estábamos en el comedor
diario de la casa de mi abuela.
Mi primito vino corriendo y se llevó la mesa
ratona por delante. Cayó sentado de culo en el piso llorando. Se había dado un
golpe fuerte y poco después un bultito del tamaño de un carozo de durazno le
apareció en la frente.
Mi tía que estaba en la habitación corrió a abrazarlo y
mientras me pedía que trajera hielo le decía a mi primo: Pobrecito, mala la
mesa que te pegó, chas chas a la mesa..., mientras le daba palmadas al mueble
invitando a mi pobre primo a que la imitara...
Y yo pensaba: ¿...? ¿Cuál es la
enseñanza? La responsabilidad no es tuya que eres un torpe, que tienes tres años
y que no miras por dónde caminas; la culpa es de la mesa. La mesa es mala.
Yo
intentaba entender más o menos sorprendido el mensaje oculto de la mala
intencionalidad de los objetos. Y mi tía insistía para que mi primo le pegara a
la mesa...
Me parece gracioso como símbolo, pero como aprendizaje me parece
siniestro: tu nunca eres responsable de lo que hiciste, la culpa siempre la
tiene el otro, la culpa es del afuera, tuya no, es el otro el que tiene que
dejar de estar en tu camino para que no te golpees...
Tuve que recorrer un
largo trecho para apartarme de los mensajes de las tías del mundo.
Es mi
responsabilidad apartarme de lo que me daña.
Es mi responsabilidad defenderme
de los que me hacen daño.
Es mi responsabilidad hacerme cargo de lo que me pasa
y saber mi cuota de participación en los hechos.
Tengo que darme cuenta de la
influencia que tiene cada cosa que hago. Para que las cosas que me pasan me
pasen, yo tengo que hacer lo que hago. Y no digo que puedo manejar todo lo que
me pasa sino que soy responsable de lo que me pasa porque en algo, aunque sea
pequeño, he colaborado para que suceda.
Yo no puedo controlar la actitud de
todos a mi alrededor pero puedo controlar la mía.
Puedo actuar libremente con
lo que hago. Tendré que decidir qué hago. Con mis limitaciones, con mis
miserias, con mis ignorancias, con todo lo que sé y aprendí, con todo eso,
tendré que decidir cuál es la mejor manera de actuar. Y tendré que actuar de
esa mejor manera.
Tendré que conocerme más para saber cuáles son mis recursos.
Tendré que quererme tanto como para privilegiarme y saber que esta es mi
decisión.
Y tendré, entonces, algo que viene con la autonomía y que es la otra
cara de la libertad: el coraje. Tendré el coraje de actuar como mi conciencia
me dicta y de pagar el precio.
Tendré que ser libre aunque a ti no te guste.
Y
si no vas a quererme así como soy; y si te vas a ir de mi lado, así como soy; y
si en la noche más larga y más fría del invierno me vas a dejar solo y te vas a
ir... cierra la puerta, porque entra viento. Cierra la puerta si esa es
tu decisión. No voy a pedirte que te quedes un minuto más de
lo que tu quieras.
Te digo: cierra la puerta porque yo me quedo y hace frío. Y
esta va a ser mi decisión.
Esto me transforma en una especie de ser
inmanejable. Porque los autodependientes son inmanejables. Porque a un
autodependiente solamente lo manejas si él quiere.
Esto significa un paso muy
adelante en tu historia y en tu desarrollo, una manera diferente de vivir el
mundo y probablemente signifique empezar a conocer un poco más a quien está a
tu lado.
Si eres autodependiente, de verdad; es probable que algunas personas de
las que están a tu lado se vayan...
Quizás algunos no quieran quedarse. Bueno,
habrá que pagar ese precio también.
Habrá que pagar el precio de soportar las
partidas de algunos a mi alrededor y prepararse para festejar la llegada de
otros (Quizás...)"
De: Jorge Bucay
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