EL DUELO

          
     ¿No sobreponemos alguna vez a la muerte de un ser amado? ¿Es posible seguir viviendo sin compartir la existencia con él? Los recuerdos de los momentos felices que pasamos juntos, ¿nos ayudarán a recomenzar la vida?

    No hay respuestas sencillas a estas preguntas. Una vez que alguien pasa del mundo físico al espiritual, jamás volveremos a estar con él tal como lo conocimos. Pero siempre es posible experimentarlo y hacer que comparta nuestra vida, si mantenemos vivo su recuerdo en la mente y el corazón y si comprendemos que, como seres espirituales nos limitados a las propiedades físicas, están a nuestro lado más a menudo que nunca.

    Tal como dice la Biblia, hay un tiempo y un lugar naturales para cada suceso o experiencia de esta tierra. Cada vez que volvemos al mundo físico, pasamos por una experiencia de crecimiento del alma. Cada acontecimiento de la vida determina y mide nuestro crecimiento. Así como en el ciclo de las estaciones algo muere para renacer en primavera, es imposible tener vida sin un fin y un nuevo principio. Todo lo que hacemos es para crecer.

   A tal fin, todo ser viviente de este planeta conoce la pérdida, de un modo u otro. Aunque estas pérdidas nos parezcan penosos cambios de vida, a menudo descubrimos que también ellas tienen su lugar y su tiempo en la vida. A fin de experimentar una perdida y transformarla, hay pasos a dar en el exitoso trayecto hacia una vida más sana, plena y centrada. El primero de esos pasos es reconocer y tratar nuestra pérdida.

COMO RECONOCER EL DUELO

    El duelo tiene muchos aspectos: físico, mental y emotivo. Duele el cuerpo, duele la mente y duele los sentimientos. La sensación de impotencia, la ansiedad, el insomnio, miedo, desesperación, irritabilidad, ira depresión, náuseas, dificultades para respirar, palpitaciones cardíacas y hasta pensamientos suicidas: todo esto puede ser tomado como síntomas o señales de duelo. 

Es importante notar que el duelo por la pérdida de alguien es muy normal y natural. Cuando sufrimos, tenemos la sensación de que la vida se nos ha terminado, que jamás volveremos a ser como antes. No nos sentimos capaces de continuar ni un día más sin la persona que hemos perdido. Es como si el mundo entero se nos hubiera puesto de cabeza. Nada parece tener sentido, estamos completamente desequilibrados en todos los aspectos de la existencia. 

   No podemos pensar con claridad ni tomamos las decisiones correctas. A menudo somos incapaces de controlar nuestras emociones, y el menor de los desafíos nos provoca el llanto. Todas estas sensaciones forman parte de la experiencia del duelo; nunca debemos restarles importancia ni pensar que están mal.

    En esos momentos es común que la persona afectada muestre cierta apatía respecto a su propio bienestar físico, emocional y espiritual. A fin de devolver cierta calma a la vida, es de suma importancia que pueda ajustar cuentas con su dolor.

    ¿Cómo se hace? ¿Cómo nos recobramos del dolor? Aunque el tema es la pérdida de un ser querido, también lo podemos llevar a otros aspectos como el proceso de curación se aplica a la mayoría de las situaciones en las que experimentamos una pérdida.



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